miércoles, mayo 30, 2007

Desde un bosque venezolano

Tanto mencionan en estos días los periódicos a Venezuela, con pretextos políticos, para herir a esa gran nación... Hablemos de sus bosques.

En el fondo forestal del día
Vicente Gerbasi

El acto simple de la araña que teje una estrella
en la penumbra,
el paso elástico del gato hacia la mariposa,
la mano que resbala por la espalda tibia del caballo,
el olor sideral de la flor del café,
el sabor azul de la vainilla,
me detienen en el fondo del día.

Hay un resplandor cóncavo de helechos,
una resonancia de insectos,
una presencia cambiante del agua en los rincones pétreos.

Reconozco aquí mi edad hecha de sonidos silvestres,
de lumbre de orquídea,
de cálido espacio forestal,
donde el pájaro carpintero hace sonar el tiempo.
Aquí el atardecer inventa una roja pedrería,
una constelación de luciérnagas,
una caída de hojas lúcidas hacia los sentidos,
hacia el fondo del día,
donde se encantan mis huesos agrestes.

Vicente Gerbasi nació en 1913 y murió en 1992. Desempeñó cargos diplomáticos en diferentes países. También trabajó como publicista y alentó la creación de revistas y movimientos literarios. Este poema forma parte del libro Bosque doliente, publicado por primera vez en 1940.

lunes, mayo 21, 2007

Simple pesadilla por Atenco

Encuentro este poema de Saúl Ibargoyen en el suplemento Ojarasca de La Jornada de hoy. Ibargoyen, refiere una nota en Ojarasca, "nació en 1930 en Montevideo, Uruguay. Radicado en México desde hace muchos años, es autor de unos 50 libros de poesía, novela, cuento, ensayo, traducciones y antologías latinoamericanas. Edita la Revista Mexicana de Literatura Contemporánea. Ángel Rama lo ubicó en la "generación de la crisis" de Uruguay".

Simple pesadilla por Atenco
Al pueblo de San Salvador Atenco, brutalmente asaltado por "las fuerzas del orden" en mayo de 2006

1

El hombre Juan miró el fragor de aquel cielo:

caudas de aire azulsucio expulsaban sus pálidos ojos.

Las nubes eran ubres de piedra opacada

con estrías de súbitos blancores:

no había jinetes sobre caballos oscurecidos

en medio del simple amanecer:

no había ruidos de dientes petrificándose

ni vísceras de flores descompuestas:

nada había

más que un cúmulo de sombras

y desaseadas transparencias

con sus pelos mojados

como raíces de negror insuficiente:

nada más que fragmentos de otras bocas

no palabras ni estallantes sílabas

entre melodías putrefactas:

ni olores a ombligo partido

ni excitados cuchillos hurgando

vientres desprotegidos y de ácido temblor.

Nada ni palos o garrotes

ni escudos de turbia cristalería

o gritos como coágulos chorreando

brutales sustancias en calles y banquetas.

Ni carros de guerra entre moscas de metal delirante

lastimando el humo desayunero

la grasa alimentaria el primer sudor:


violentando maderas y almohadas

y asesinando huesos ventanas cortinas.


El hombre Juan miró

hacia la cáscara renegrida de aquel cielo:

harapos de luz se descolgaban

como banderas de sangre resurrecta.


2

Un hombre Juan

estuvo en un sitio aplastado

por las cenizas de aquel cielo negro:

ya no mira lo que miró.

Otro un hombre Pedro

levanta un pie como un garrote

como un hacha de tela de cuero de fierro de hule:

cae la pierna en seguimiento

del inicio agresivo:

cae golpea machaca castiga

lastima lesiona quebranta

dulces entrepiernas torsos dormidos

narices sorprendidas omóplatos fatigados

tenues cartílagos

pelos de arriba y pelos de abajo

secretas verrugas lunares ofuscados

y tripas y cacas expulsadas

de íntimas camisas y pantalones desmadrándose.


El otro un hombre Pedro

contempla el sembradío de fuego

la milpa de humos y gases oxidados

el movimiento de un caudal

de sangre endureciéndose:

contempla el simple hueco

de la bala enterrada

el cráneo entreabierto

con sus cremas grises y sus babas.


Voces sin aire llegan

gestos en cristales muertos

voznadas de sórdida energía

pútrido silencio donde los dioses naufragan

palabras en lenguas polvorientas

mensajes de corrupta paz

y estandartes mancillados.


Un hombre Pedro

limpia con sus manos y sus trapos

la bragueta de sémenes triunfantes

las botas ennegrecidas de jóvenes sangrazas

los palos destructores de cabezas

las armas de extranjero metal

hediondas y asesinas:

un hombre Pedro multiplicado

en tres mil Pedros tal vez

y en Vicentes Wilfridos Davides

Alejandros Enriques Ardelios:

todos sí ahora mirando mirándose

en el cumplido sueño de la bestia peor.