El 26 de julio de 1953, en Santiago de Cuba, un grupo de opositores a la dictadura de Fulgencio Batista tomó por asalto el Cuartel Moncada, una de las fortalezas militares más importantes en el territorio nacional. Aunque los combatientes, encabezados por el joven abogado Fidel Castro, fueron derrotados, el suceso, en la memoria colectiva cubana, encarna el momento cuando el país resuelve que es posible desembarazarse del régimen subordinado a Estados Unidos para conducir su política, su economía y su historia por un camino independiente, durante cuyo viaje el pueblo todo fuera reconquistando la libertad y la dignidad. El siguiente artículo aparece en la edición de julio del periódico Kiosco, dedicado a conmemorar la Revolución Cubana.Asesinado periodista en CubaGerardo de Jesús Monroyerathora@gmail.comIn memoriam C. B. A.
Noticias de 1958Tratándose de Cuba, la Guerra Fría no ha finalizado. Estamos en 2008. Hemos verificado medio siglo desde el triunfo de la Revolución y a lo largo de todo este tiempo el gobierno de Estados Unidos ha sostenido sin detenerse su asedio sobre la isla, un asedio que abarca acciones de sabotaje contra su agricultura, su ganadería y su industria; la violación de sus espacios aéreos, marítimos y terrestres (Guantánamo); secuestros y encarcelamientos injustos de ciudadanos cubanos (citemos el caso reciente de “los cinco”: militantes comunistas condenados por el régimen de Bush, basado en mentirosas acusaciones de espionaje); atentados contra la vida de dirigentes revolucionarios; atentados terroristas como el estallido (6 de octubre de 1976) del vuelo 455 de Cubana de Aviación, donde murieron 73 personas inocentes; un bloqueo económico en el que se obliga a participar a los países controlados por Estados Unidos; y —el más eminente de sus ataques— la invasión del país en abril de 1961, felizmente repelida por el pueblo cubano.
Con excepción del bloqueo, la mayoría de las acciones enumeradas, más otras que corrieron en el mismo sentido, no rindieron los frutos que Estados Unidos esperaba. Pero donde la violencia fracasó, la ‘pacífica’ guerra psicológica dio al imperio victorias
memorables. Gracias a la tenaz e insidiosa campaña de Estados Unidos en los medios informativos —cuyos propósitos y origen pasan inadvertidos por el gran público—, en el imaginario colectivo de Occidente, hoy en día, Fidel y Raúl Castro representan atraso económico, brutalidad policiaca y ausencia de libertad.
Uno de los lugares comunes de la propaganda imperial repite que en las cárceles cubanas se tortura a los periodistas y que éstos son asesinados en el cumplimiento de su deber. Ambas afirmaciones son falsas. La única prisión cubana donde se tortura actualmente es la de la bahía de Guantánamo, ocupada de forma indebida por Estados Unidos desde 1898. Y el último periodista que murió asesinado en Cuba fue Carlos Bastidas Argüello, ejecutado en mayo de 1958, antes de la Revolución, por la policía de Fulgencio Batista, el opresor vasallo de Estados Unidos cuya dictadura combatió y derrocó Fidel Castro.
Vida de CarlosCarlos Bastidas Argüello nació en Ecuador en 1935. Estudió Comunicación en Estados Unidos. En su calidad de corresponsal de El Telégrafo y otros periódicos de su país, fue testigo de las revueltas húngaras de 1956 contra el dominio soviético, así como de la caída de los regímenes de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia y de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela.
Bastidas se había comprometido con los ideales de progreso para los pueblos con los que en aquella época se sentían identificados muchos jóvenes en el mundo. Su compromiso ideológico desató la ira de sujetos como Rojas Pinilla y Pérez Jiménez; este último llegó a ponerlo prisionero. Leónidas Trujillo, el dictador de la República Dominicana, ni siquiera le permitió ingresar al territorio nacional.
De acuerdo con el biógrafo de Bastidas, Juan Marrero González, el reportero arribó a la Sierra Maestra cubana a principios de marzo de 1958 para entrevistar a los guerrilleros que se habían alzado contra Batista. Conversó con Fidel Castro y hasta colaboró con Radio Rebelde, la emisora de la guerrilla, presentándose a los oyentes con el pseudónimo de Atahualpa Recio.
Bastidas, ciertamente, no pretendió nunca ser ‘objetivo’ o ‘imparcial’. ¿Será deseable la imparcialidad? Lo que sé es que es irrealizable; salvo escasísimas y honrosas excepciones, los empleados de los medios defienden los intereses de los dueños del canal televisivo, la estación radiodifusora o el periódico. Y los defienden mintiendo. Bastidas decidió tomar partido, pero no al servicio de un interés, sino de una idea; y decidió defender esta idea no con la mentira, sino con la verdad. Y al igual que Ernest Hemingway en la Guerra Civil Española, su solidaridad con los pobres lo llevó a desempeñarse como periodista y como combatiente.
El 13 de mayo de 1958, luego de discutir en un bar, el teniente Orlando Marrero ultimó a balazos a Bastidas. Tenía apenas 23 años. Del crimen nada dijo la prensa batistiana. El cadáver del ecuatoriano permaneció tres días con la policía, hasta que fue reclamado por el Colegio de Periodistas de Cuba.
Año con año, cientos de periodistas mueren cruelmente en el llamado ‘mundo libre’ de la órbita norteamericana. Sin ir más lejos, en nuestro México, durante el sexenio de Vicente
Comes-y-te-vas Fox, treinta y dos periodistas fueron asesinados, lo que nos coloca en la nada honorable posición de ser, junto a Colombia, el país latinoamericano donde las vidas de los periodistas corren mayor riesgo.
Durante los cincuenta años de la Revolución liderada por Fidel Castro,
ni un solo periodista, cubano o extranjero, ha fallecido de forma violenta en Cuba en razón de sus opiniones. El homenaje mínimo que podemos hacerle a Carlos Bastidas Argüello es revelar esta verdad.