domingo, septiembre 09, 2007

El señor Michael Moore

Rafael Lemus
Día Siete
9 de julio de 2007

Hace no mucho tiempo Michael Moore hubiera sido un resignado tramoyista. El Hollywood clásico, con su pudor y sabiduría, hubiera impedido que el señor Moore paseara su abultada figura, su barata gorra, sus cochinos tenis frente a una cámara. Ahora somos tolerantes y debemos soportar a cualquier energúmeno. No tenemos la oportunidad siquiera de despachar a Moore con el argumento de que el suyo es un caso de interés exclusivamente estadounidense. Estamos acabados: ya todo lo gringo, incluyendo sus esquemáticos documentales, son asunto nuestro. Para qué negar que muchos de nosotros, un domingo odioso, caminaremos anestesiados hasta el cine y veremos su más reciente película, Sicko (2007), un documento contra el sistema de salud de Estados Unidos. Si ya vimos Bowling for Columbine (Masacre en Columbine, 2002) y Farenheit 9/11 (2004), podemos soportar cualquier cosa, incluso la atroz noticia de que Moore ya trabaja dos nuevos documentales. Dicen algunos críticos que Sicko es la mejor película de Moore. Tampoco es difícil que así sea: sus demás cintas no son particularmente excelsas.

Todavía no nace el valiente que mire al señor Moore y diga: “Ah, mira, un señor inteligente.” Puede decirse esto y aquello sobre su ordinario temperamento pero nadie puede afirmar, no sin risas, que el tipo sea una lumbrera. No lo es. Efectivos o no, sus documentales distan mucho de ser sabios. Imposible sugerir que simbolicen la eterna lucha de la razón contra la barbarie. Imposible observarlos sin advertir que entre el documentalista y sus villanos se reparte la misma, imbatible tontería. El señor Moore cuenta con un rasgo inusitado: es incapaz de unir dos argumentos sin contradecirse. El señor Moore presume, además, una hazaña única: disparar contra George W. Bush, el blanco más sencillo, y mirar cómo el dardo termina volviéndose contra uno mismo. Algunos ociosos se han tomado el tiempo de mirar una y otra vez Farenheit 9/11 para refutar, uno a una, sus aseveraciones y han hallado… 59 imprecisiones. ¿Imprecisiones? No exactamente. Mentiras, mala leche. Moore es, muy visiblemente, aquello que critica: una turbia versión –acaso la única posible– del poder. Como Bush, manipula a su antojo documentos e imágenes. Como Bush, es altanero: se niega a responder preguntas hostiles, amenaza con demandar a quien lo insulte. Mejor todavía: sus documentales, presuntamente civiles, están imbuidos de la lógica del poder. En vez de razonar, exponen imágenes supuestamente inapelables. Incapaces de convencer, imponen. Al final recurren al argumento de poder: esto es así porque yo lo digo. ¿Quién? Yo, Michael Moore. ¿Quién? Un chico como tú… pero poderoso.

Uno estaría tonto si demandara documentales objetivos, desapasionados. Es imposible la imparcialidad y es buena cosa, incluso, el partidismo. El señor Moore tiene derecho a realizar un cine subjetivo, vehemente, arbitrario. Tiene derecho, aun, a asestar golpes ruines y tramposos. Ser un bribón no es cosa grave: todos los documentalistas son unos canallas. (Orson Welles compuso un documental maestro, F for fake [F de falso, 1974], presumiendo sus trucos y fraudes.) Lo grave es ser, como Moore, un bribón sin apenas gracia: manipular las imágenes para apenas nada. Incluso los más entusiastas deben aceptar que las películas de Moore son estéticamente nulas: no proponen demasiado, tienden al hastío, se resuelven en secuencias previsibles. A cada momento, el obvio contrapunto: una imagen idílica de, digamos, Irak (niños que vuelan sus cometas, adultos que sonríen, multitudes cándidas) y en seguida el vicioso rostro de Bush, la pirotecnia de las bombas. Se dirá que Sergei Eisenstein no hacía otra cosa: enfrentaba imágenes opuestas hasta convencernos de la dialéctica nobleza de los bolcheviques. Es cierto y, sin embargo, Eisenstein era un genio. También lo era Leni Riefenstahl, la desalmada documentalista del régimen nazi. Ella y él eran, además, unos criminales. Ése es el asunto: Moore no es siquiera un bárbaro. Son nimios sus pecadillos. Son imperceptibles sus hallazgos visuales. Son ínfimas, de principio a fin, sus películas. ¿Entonces por qué tanto escándalo? Porque es domingo. Porque afuera llueve. Porque con Michael Moore no hay manera.